El olor de ese cuaderno nuevo era delicioso, suave aroma que en la medida en que escribíamos, borrábamos, borroneábamos, manoseábamos las hojas, se iba yendo despacito. Usábamos los lápices hasta que llegaban a tener sólo un centímetro de largo, en el punto exacto en que ya nuestras pequeñas manos no podían tomarlos mas. Pero no todos eran tratados igual: eso sólo pasaba con los colores mas raros, excepcionales y bonitos.Por respeto a sus servicios prestados, guardé todos esos diminutos lápices hasta hoy.
Llevábamos portafolio. El que podía llevaba un portafolio gordo, de cuero, con muchos folios. Los que no podían, porque era muy oneroso, llevaban uno de cuero que casi siempre era color suela, pero de un solo espacio interior. Las maestras usaban uno enorme, repleto de libros, papeles, cuadernos, que pesaba mucho. Pero no era impedimento para que nos disputáramos el llevarle" la cartera".Las maestras generalmente tenían una habitación en el hotel de Vega, y para ir yo a mi casa, tenía que pasar por enfrente, por lo tanto, siempre me ofrecía para llevarle el portafolios, cosa que a menudo tenía que disputar con algun compañero. La cuestión era que la señorita escuchaba varios ofrecimientos, y luego trataba de ser ecuánime, dándosela un día a uno, otro día a otro. Hoy pienso: sería yo insoportable y aduladora? porque sentía una distinción y preferencia de la maestra cada vez que me "tocaba" llevarle la cartera. Ahora me doy cuenta que estaba equivocada! Y las tardes que me habré pasado en ese cuarto de hotel con las señoritas! Qué paciencia de estas chicas que se pasaban entre cuatro paredes de lunes a viernes, sus horas de descanso! Siempre impecables, blanquísimo y almidonado guardapolvo, zapatos tacos altos, manos cuidadas, dulces y delicados modales. Con alguna otra compañera íbamos para que nos explicaran tal o cual cosa, y hacíamos los deberes, asesoradas por ellas. Casi como un particular, gratis. Y de fondo, apenas audible, la radio, donde el speaker leía su guión. Pero por lo que recuerdo, estas jóvenes eran generosas, y disfrutábamos todas de la compañía de las otras.
En la escuela, las niñas no usábamos pantalones., En realidad, en casa tampoco. Sabíamos ir con las rodillas un poco coloradas en pleno invierno, pero en el aula nos calentábamos enseguida con una estufa a kerosene, que aún me parece ver, de color verde. ( y nos enfermábamos, porque no faltaba la bolsita con la piedra de alcanfor para evitar contagios, que iba cosida a nustras prendas interiores.) Tampoco íbamos de zapatillas: todos ( o casi ) usábamos zapatos. Y digo casi porque un compañero iba de alpargatas. No había distingos entre unos y otros; sin embargo un día, ese compañero faltó, y al día siguiente la maestra le preguntó qué le había pasado. El niño dijo que la mamá le había lavado las alpargatas y no se le habían secado. Yo recuerdo que todos lo miramos, ( y hoy me avergüenzo por ello), extrañados por su confesión. El niño fue muy valiente, y seguramente, sólo respondió a una conducta inducida por su mamá: " Decí siempre la verdad".
En aquellos tiempos, las clases incluían trabajos manuales, casi un recreo para los niños. Unos trabajaban el hilo sisal, alguna bordaba, o aprendía a pegar botones, etc., todos en un mismo salón y bajo la mirada atenta y las indicaciones de la misma maestra. Esa etapa de la educación fue muy importante, y debería ser recuperada.
Además calcábamos. Qué trabajo! Para los que le gustaba hacer los deberes, como a mí, cuanto mas nos dieran para la casa, mas disfrutábamos. Yo no era muuuy buena para calcar, mi hermano lo hacía mejor, pero era muy aplicada y competitiva (ahora me doy cuenta). Es que tenía un grupo de compañeros muy inteligentes, que dibujaban muy bien y escribían mejor. Pero volviendo al calcado, teníamos que trabajarlo con plumín y tinta china. De pronto, apareció el Simulcop y le simplificó las tareas a algunos compañeros. Por supuesto, a aquellos que lo podían comprar.
En las horas o días en que no teníamos clases, era normal que un vecino nos pidiera si le hacíamos un mandado. Ibamos sin titubear, sabiendo que de propina podía haber luego una monedita. Pero jamás se nos ocurría "rapiñar" el vuelto. Y los vecinos eran vigilantes de cualquier niños que estuviera haciendo una travesura: o le avisaba al padre, o simplemente se lo llevaba a los padres. ¿Como no voy a querer a aquellos vecinos míos?
De esos tiempos, poco queda. Ahora, si no hay calefacción en escuela, se hace una sentada enfrente del establecimiento. (Aclaro que estas últimas referencias corresponden a las ciudades). Ya no hay lapiceras con tinta ni pluma cucharita, los tinteros son artículos de colección. El speaker pasó a ser llamado mas criollamente Locutor. Los portafolios fueron reemplazados por mochilas, mas "cool."
Estos son mis lápices, que guardo con cariño. |
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