Carlos Garavaglia salía cada día de su domicilio de calle España, a menos de una cuadra de la iglesia, con su campera negra de aviador, de ésas que tienen bordados escudos y distintivos en mangas y pecho. Salía a buscar su avión para pilotarlo, contratado por los productores para espantar las avutardas (cauquenes).
Las avutardas por esos días eran una verdadera plaga para los sembrados.
El tiempo ha pasado, ya no está en Copetonas Garavaglia, ni su avión, ¡ni las avutardas!. Hoy los cauquenes están en franco peligro de extinción, y por suerte ya hay gente que trabaja para protegerlos.
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