Pronto pasarán otra vez los Reyes... Qué bendita costumbre, ésta, de preservar la inocencia de los niños, con una tradición rayana en lo mágico. Se que hay gente que no considera bueno continuar esta cultura que nos legaron los españoles, porque aducen que hay niños que no reciben regalos, mientras otros sí... Y el contraste es duro. Pero el hecho en sí, siempre me ha parecido mágico ,-tal vez sólo fuera por mi temperamento-, y necesario para que los niños que a menudo pierden su inocencia demasiado temprano, la prolonguen todo lo que puedan. Es responsabilidad del adulto mostrarles a los niños, que es posible vivir creyendo en cosas buenas, aunque no se vean; que existen los hechos prodigiosos; que es necesario tener ILUSIÓN.
En estos tiempos vemos que los chicos crecen demasiado rápido, y no saben jugar, y se comportan como grandes, pero crecer no significa madurar. Y sus padres, a menudo, se muestran orgullosos, al ver a su hijo con tal condición.
Yo defiendo, como si fuera uno de los escudos que podemos anteponer a tales actitudes, a los Reyes Magos. Y, como si fuera un cuentito traido de la prehistoria, les contaré mi experiencia.
Nunca dejaron de pasar los Reyes por nuestro hogar. No eran grandes regalos los que dejaban, pero , nos sentíamos tan felices! Y jamás me pregunté porqué al chico de al lado le habían dejado un juguete más importante, o una bici, -por mencionar algo, apenas-, pero estoy convencida que en la aceptación natural tenían mucho que ver las palabras sencillas y cariñosas de mi madre.
Esperar los Reyes era asunto que despertaba las mayores expectativas en nosotros, e involucraba un ritual infaltable: la cartita a los Reyes. Una vez escrita, por nosotros o por mamá, -dependía de nuestras edades-, pensábamos en los preparativos para agasajar al Rey que llegara a casa, y en su camello. Poníamos pastito (me cuesta decir pasto, siempre era "pastito"), y algún recipiente con agua, porque seguramente el animal vendría muy cansado, con tan largo viaje. Y para el Rey mamá ponía invariablemente unos panqueques o torrijas, y una copita de vino oporto. Por supuesto, lo último que hacíamos era poner los zapatos, antes de irnos a acostar, ordenados prolijamente, unos al lado de los otros; no dejábamos de poner ni los de nuestros padres, porque queríamos que todos tuviéramos regalos.
Y después, a tratar de dormir, como decía mamá, porque hasta que no nos durmiéramos no pasarían. Pero , en realidad no queríamos dormirnos; queríamos aguantar para ver si descubríamos al Rey en el momento de dejar nuestros regalos. Al final, el sueño nos vencía.
Y al despertar, al otro día, un único pensamiento nos hacía saltar de la cama: ver qué nos habían dejado en los zapatos! Y allí estaba, lo que habíamos pedido en la cartita, que siempre tenía varias opciones escritas, por si el Rey no encontraba el juguete deseado por nosotros. En realidad, mamá nos" sugería "que pusiéramos esas opciones porque ella sabía que tal vez lo primero no se podía comprar. Y con ese nuevo chiche, salíamos a la vereda, a mostrarlo y a ver qué les habían traido a nuestros amiguitos vecinos. Mientras tanto, en el vestíbulo, quedaba el pastito revuelto, menos agua de la dejada para el camello, quedaban los panqueques (o las torrijas), pero la copita de oporto aparecía vacía.
Todavía conservo uno de los últimos regalos que me dejó el Rey Mago, tal era la veneración que le tenía. Pero lo peor fue que me dijeran toda la verdad. Yo tenía 13 años y no aceptaba a esos chismes y habladurías de mis amigos. Hoy lo pienso y creo que me negaba a aceptarlo , simplemente, aunque en el fondo tal vez lo supiera. Tan grande y tan tonta! Pero es a partir de ese momento, que defiendo a ultranza la creencia de los Reyes Magos. Porque en aquel entonces, cuando mamá corre el velo de mi ignorancia, algo grande, misterioso, puro, se quebró en mí para siempre.
Durante años me ha desvelado no poder describir la mirada de un niño. Que me pase a mí, que todo lo desmenuzo, y que no me han faltado palabras casi nunca! Pero la mirada de un niño..., cómo describirla?, cómo explicarla? Y por primera vez, creo que encontré la respuesta: en la mirada de un niño se halla el único refugio de la INOCENCIA. Por eso, no la matemos. Dejemos que los niños sean niños. Dejemos que sigan creyendo en los Reyes Magos.
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