Hace muchos, muchos años, don Enrique Merlo, que vivía enfrente de casa con toda su familia, se descompuso de muy mala manera. Llamaron al médico de urgencia y gracias a Dios, superó el trance. Pero en cuanto pudo hablar, ( y una vez retirado el doctor), susurró con un hilo de voz: un tarito..., un tarito, allá en el patio, enterado..., un tarito...
Fueron a ver en el lugar indicado, y allá estaba!! Un tarrito, enterrado, algo oxidado, con mucho dinero!
Es que este italiano, fiel a la costumbre de los inmigrantes, había ido guardando pesito a pesito, y ni su buena esposa María sabía de ello.
De haber sido otro el desenlace de su patatús, nadie habría sabido de ese pequeño capital, enterrado allí, en el patio del hotel.
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