En los pueblos suceden pequeñas historias, a menudo intrascendentes, pero que con el tiempo, se transforman en hechos inolvidables.
Sucedió hace unos cuantos años, y el protagonista fue uno solo.Todavía me hace mucha gracia pensar en la situación, pero para el que la protagonizó, fue un episodio muuuy incómodo.
Luis Casabone trabajaba en la Cooperativa Agrícola, donde yo también era empleada. Cuando no había clientes, día tras día, Luis armaba líneas de pescar. Así, aquí ponía una boya, más allá un mosquetón, mas abajo un anzuelo, etc. Y así seguía, pasando las horas serenamente...
Pero tenía la costumbre de cortar con los dientes la tanza, después de cada nudo. Y ese día de oprobio para Luis, zafó la tanza, corrió por sus labios, y enganchó a la pasada el anzuelo en la parte inferior. Y ya se sabe, anzuelo que entra, si no se corta la carne, no sale.
Pobre Luis! , me parece verlo, con el anzuelo clavado en su labio inferior, todavía con la tanza colgando, de muy mal humor, atravesando las calles rumbo al consultorio del médico, para que lo librara de ese doloroso y, -para nosotros- desopilante apéndice.
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