Cuántas cosas me han pasado! En este caso, involucré a una amiguita, hace muchos años ya. Yo iba a hacer una compra en la carnicería de Juan Ardanz, que quedaba a dos cuadras de casa, sobre lo que es hoy Avda. San Martín e/ Independencia y La Rioja.
Cuando llego a la puerta del comercio, sale Nora Erreguerena, amiga algo mas chica que yo. (Bueno, a esta altura de mi vida, todos son más jóvenes que yo). Pero, las dos éramos unas nenas. Norita ya había comprado carne, y la llevaba dentro de una primorosa canastita, calada, plástica, que estaba de última moda. Y la colgó del manubrio de su hermosa bicicleta, también nuevita, brillante...
Había llovido, y esa calle se ponía de cuneta a cuneta, un solo barrial; todavía no había asfalto. Sólo había una franja de tierra en el centro de la calle, que parecía más seca.
Yo no sabía andar en bici, pero a ésta mas chicuela, me le animaba, además, qué ganas le tenía!
Y sí, se la pedí. Y Norita , buena ella, me la prestó. Yo encaré por el único lugar que , me pareció, se podía cruzar: la franja del centro. Y ni bien estuve encima de ese hilo de tierra, la bici se deslizó hacia un costado, cayendo con todo en el charco de barro líquido que anegaba la calle.
De ahí en más, todo fue devolver la chorreante bicicleta a mi amiga, con el no menos chorreante canastito, con la carne en idénticas condiciones, y yo salir toda marrón hacia lo de tía Esther, a media cuadra de ahí, para lavarme un poco.
Claro, fue verme mi tía, y ¡ darme un baño completo !, tal era el estado deplorable de mi persona. Mandó a su hija, mi prima Estercita, a buscar ropa a mi casa, contándole a mi madre lo que me había pasado.
No me pegaron. Pero no puedo olvidar a Norita, y siempre pienso si la viera, le pediría perdón, a pesar del tiempo transcurrido, porque su mamá la debe haber castigado.
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