Sin memoria no existimos,
y sin responsabilidad,
quizá no merezcamos vivir.
José Saramago
Aún cuando las economías de las pequeñas localidades eran mas pujantes antes, y había mayor cantidad de comercios, y mas diversidad de rubros , algunos artículos los comprábamos en Tres Arroyos, vía comisionista o viajando el propio interesado. Y eso continúa ahora y con mas razón ya que a los pueblos en general les cuesta sobrevivir , a pesar de la resistencia de sus habitantes, y quedan pocos comercios en pie. Pero yo conocí también al Copetonas de los ´50. Andaban a domicilio el verdulero, el carnicero, el lechero... Recuerdo al verdulero Francisco García; lo esperaba como si fuera un familiar querido; y me parece verlo hoy regalarme " golosinas" en medio de ruidosas carcajadas ¡ eran semillas de zapallo! Andaba en un charré y pesaba sus mercancías en una balancita "romana ", pesando con rápidos movimientos y siempre dando "la yapa". Mis padres tenían una hermosa quinta y demasiada verduras para nosotros, por eso mamá le cambiaba a García su fresca producción por fruta. ( En la foto aparecemos entre los repollos mi hermano Juancito y yo, en nuestra casa de calle La Rioja casi Misiones) También me acuerdo del lechero, -éste bajaba de su carro, a diferencia del verdulero-; llegaba a la puerta de la casa con su tarro de lechero en una mano y un jarrito en la otra. Mamá lo recibía con un hervidor o una olla y allí vertía el líquido blanco y gordo. Yo trepé a su carro ( los niños no pueden resistirse a esa pequeña gran aventura), que era con techo redondeado, y contaba al ingresar -subiendo al estribo por la parte de atrás-, con un tablón a cada lado, a mitad de altura de sus costados. Y cada tablón tenía a su vez agujeros de unos 20 centímetros de diámetro para colocar los tarros. El olor a leche penetrado en la madera repugnaba un poco. El lechero era Isa Padua. Y después, el carnicero. Mi memoria me trae a Juan Ardanz, que, con su carro con techo, traía la carne colgada tal como se cuelga en una carnicería. A ambos lados, paralela a los costados , una guía de hierro, y en ella, colgados en ganchos, cortes de carne que corría "a piaccere"según su necesidad y el pedido del cliente.
Una madera a modo de pequeño mostrador, donde fraccionar la carne y, además, una sierra manual, cuchillas, una chaira y la consabida balanza colgada, eran el complemento del atavío. Como el carro era de metal, las chapas del interior,con su grasitud (aunque estuvieran repasadas), tenían un brillo que me impresionaba,como si fueran de plata..En realidad la grasa animal hacía que no se oxidaran nunca.
Todo esto era muy cómodo para el ama de casa, a la que sólo restaba ir a comprar el pan, la mercadería de almacén o llegarse hasta la tienda. A veces, un acontecimiento extraordinario conmovía la rutina familiar y barrial: llegaba algún mercachifle, ofreciendo sus prendas, perfumes, telas... Pero en el pueblo todo estaba cerca: a media cuadra, a la vuelta de la manzana, etc. En el almacén siempre nos daban la "yapa" .Se vendía azúcar suelta, que envolvía el almacenero con baquía en papel de estraza, formando una especie de empanada con repulgue. No sabíamos de nylon, ni de plástico, todo era ecológico y reaprovechable. Y la lejía en botellas de vidrio tapadas con corchos que se ponían pálidos y demasiados breves, por el líquido elemento contenido. En aquellos tiempos podía ir yo al bar de Larsen y Lozano, anexado a su almacén , a dos casas de nuestro hogar, para comprar un vaso o una copa de anís, o de oporto, o cognac, para que mamá hiciera una torta, y con naturalidad me lo vendían.El almacenero vendía con libreta ; era un fiado que le permitía al cliente el desahogo temporario, hasta que se cobrara "tal cosa" o el sueldo, y el comerciante vendía y sabía que le iban a cumplir. También , si caían visitas inesperadas y nos veíamos en aprietos con la comida, corríamos al almacén de Larsen, aunque fuera feriado o domingo, a cualquier hora, golpeábamos las manos y pedíamos a Chicha, su esposa, si me podía vender fiambre , fideos o lo que mamá necesitara ; y siempre nos atendían.-"por dentro", como se decía-.
Por aquellos años no había en Copetonas colegio secundario, así que quien quería proseguir los estudios debía hacerlo viajando a ciudades vecinas, pero era ésto para pocos. Por lo tanto la mayoría de las jóvenes no podían ser enviadas por sus padres lejos del pueblo, así que lo mas común era- para las chicas de "buena familia"-( y dispénseme la expresión, pero así se decía ), estudiar Corte y Confección (ineludible), Dactilografía o Teneduría de Libros.Mi recuerdo para Pila Beltran de Mara, que me enseñó a cortar y coser. Cierto es que no había televisión y por ende, se leía mucho. Y además, lo que enseñaban en la escuela se aprendía y se aprehendía de verdad y no se olvidaba nunca. Al menos a mi me pasa.
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