miércoles, 14 de octubre de 2015



Escuela de Faro







Escuela de Faro

Por: María del Carmen Hernández Álvarez

Estas son memorias de mi padre, Juan Hernández, quien en la actualidad tiene 91 años. De ellos, los primeros 20, aproximadamente, los vivió en Faro.

Juan Hernandez Hoy

Pero esta historia debe ser contada desde mucho antes, ya que papá pertenece a una numerosa familia que se diseminó – para desarrollar su vida -, por Aparicio, El Perdido, (eso dentro de Coronel Dorrego), y por Copetonas (ya en el partido de Tres Arroyos).

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Miguel Hernández y Petra Gutiérrez, españoles ambos, se conocen en esa zona y se casan. Arrendaron unas hectáreas de la estancia La Tomasa, de Juan Antonio Hurtado.

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Las tierras arrendadas se entregaban casi “peladas”; apenas había sobre ellas un precario galpón. Por ende, mi abuelo tuvo que realizar la perforación de un pozo, buscando el agua, la construcción de una vivienda muy pequeña,- que fue ampliando a medida que la familia se agrandaba-, y algún corral para los pocos animales del principio.

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Además de trabajar muchísimo, asunto en que mis abuelos podrían dar cátedra, los contratos se hacían por un año, y eso hacía que siempre se temiera que el dueño del campo no lo quisiera renovar, y que todo lo “plantado” sobre él hubiera que desarmarlo y llevárselo a otro lado.

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El caso es que los hijos empezaron a llegar; y doy la lista de sus nombres por si algún memorioso los conoció: Pedro nació en 1909 y falleció de niño, Tomás en 1910, y falleció a los 28 años, y le siguieron: Galo Fabián (1912), Matilde (1913), Adelina (1915), Miguel “Ñato” (1916), Manuela “Rula”(1918), Juan- mi padre-(1919), Petra “Porota”(1921), Celestino “Pibe” (1923), y Célica (1927).

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Mi abuelo Miguel llevó a La Tomasa a un maestro de origen español, Don José María García, para impartir las primeras enseñanzas de lecto-escritura a sus hijos. Pero creo que a papá no le gustaba mucho estudiar, por lo que en cuanto se descuidaban, se iba a jugar al campo.

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Mientras, el tiempo iba pasando, y mis abuelos arriendan el campo de Diego Sincley, siempre en la misma zona. Y ahí es que deciden enviar a sus hijos a la escuela de Faro, la Nº 13 Mariano Moreno, que había sido inaugurada en 1924.

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Mi padre fue, junto a algún otro hermano; ya tenía él 12 años. Hace pocos años vi una fotografía de la escuela y estaba como en aquella época, con un alambrado al frente donde ataba su caballo. Hoy que la busco no la encuentro…

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En ese establecimiento escolar la enseñanza estaba a cargo del maestro Manuel Andrade. Como se estilaba en esos tiempos, había un solo docente para todo el grupo de alumnos, de diversas edades y distintos grados de enseñanza, todos en un mismo aula. Es verdad que faltan datos de todos los compañeros de papá, pero a muchos ya no los recuerda ¡ha pasado tanto tiempo!

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Sí se acuerda de cinco hermanas (hijas de don Segundo Campaña), que se llamaban Aurea Renée, Eva Dabne, Susana Margot, Gladis Nora y Stella Maris. No se el orden cronológico de estas niñas, pero como dato aleatorio, debo decir que es probable que una o dos de ellas aún vivan en la ciudad de Cnel. Dorrego.


Juan Hernandez a los 18 años

Otros compañeros que menciona papá son dos hermanos, Celedonio y Sergio, hijos de Florencio Fernández.

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Hoy la escuela sigue de pié y funcionando, y ahora hay allí también un jardín de infantes. Muy pocos habitantes quedan en Faro, (en algún lugar leí que son 33), pero el paraje resiste, gracias al agro que lo circunda y a los lugareños, y a pesar del levantamiento del ramal ferroviario De Ferrari- Cnel. Dorrego.

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La estación del ferrocarril lucha por mantenerse en pie, resistiéndose a sufrir el mismo destino que sus hermanas de las estaciones de Gil y Zubiaurre, donde ya no queda ni su huella en la tierra.



Por último, como los farenses tienen los mismos sentimientos y los mismos deseos que yo en estos momentos de que no se muera Faro, les cuento que el 25 de mayo y con el Bicentenario como excusa, convocaron a una mateada popular frente al viejo edificio de la estación, al aire libre, y ello permitió el reencuentro de muchas familias, mientras de todos se adueñaba la nostalgia.

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